Turismo y sociedad

Puerto de la Cruz (5). Auge y caída durante los convulsos 70

3 Nov , 2014  

En mi anterior entrada sobre la historia de Puerto de la Cruz habíamos llegado a la que yo considero la verdadera edad de oro del turismo portuense: la segunda mitad de los 60. Es en ese periodo, en el que se alcanzan (o sobrepasan) las 20.000 plazas hoteleras, cuando mejores resultados cualitativos obtiene este destino turístico. Lamentablemente, contamos con estadísticas poco fiables para caracterizar aquel periodo. Los datos sobre el conjunto de la isla apuntan a algo más de 180.000 turistas hoteleros en 1967 y 465.000 en 1973 para llegar a 680.000 en 1975, primer dato de las estadísticas del Cabildo de Tenerife. Puerto de la Cruz era el protagonista indiscutible de la industria turística tinerfeña, centrado en una clientela extranjera invernal (ingleses, alemanes y escandinavos) de alto nivel adquisitivo. Piénsese que en 1970 el 44,7% de los turistas portuenses pernoctaban en hoteles de cuatro estrellas, frente al 20,2% en Las Palmas o un 15,2% en Alicante (todos estos datos y sus referencias pueden encontrarse aquí). Es una época de frecuente evocación nostálgica: los clientes cenaban de smoking y traje de noche, todo hotel que se preciara tenía una orquesta en plantilla, se servían cenas a la carta y abundaban los platos que se terminaban en presencia del cliente. Para una población que todavía era esencialmente rural, Puerto de la Cruz se convirtió en un polo de desarrollo socioeconómico (atrayendo población laboral de todo el norte de la isla) y de atracción cultural, con sus salas de fiestas abarrotadas y sus extranjeros de costumbres liberadas.

El modelo turístico portuense presentaba, ya desde sus inicios, una debilidad importante en el acceso a sus mercados. Como puede verse en la distribución por meses y procedencias de la afluencia turística al interior de la isla de 1962, las tres clientelas más importantes (británicos, alemanes y escandinavos) daban lugar a una temporada alta invernal (de octubre a abril) y eran sustituidos durante la temporada estival por otras clientelas alternativas. En los datos de 1962, los turistas franceses, belgas y holandeses aumentan de forma importante durante el verano, mientras que en los datos de 1976, referidos aquí al conjunto de la isla, son los españoles los que han pasado a ocupar esa posición. Se trata de un rasgo consustancial al modelo turístico canario al que solemos referirnos como la ventaja climática: mientras que la mayor parte de los destinos de litoral accesibles para el mercado europeo se ven obligados a cerrar durante el invierno, las islas recogen sus mejores cifras y tienen muy pocos rivales en estos mercados. Pero al mismo tiempo revela una importante debilidad competitiva: durante el verano, cuando los competidores más cercanos al origen entran al mercado, las clientelas más provechosas abandonan de forma masiva el destino. Atender a las distintas soluciones que da el destino portuense a este problema nos permitirá entender claramente su declive a partir de los años 80.

Nótese, por otra parte, el cambio en la escala de ambos gráficos: si en 1962 estamos ante un destino que recibe, como mucho, unos 3.500 turistas al mes, catorce años más tarde nuestra isla procesa hasta 140.000 turistas mensuales. En esos años, Puerto de la Cruz pasa de ser un pequeño destino que atiende a una clientela selecta a un destino masivo que debe obtener un flujo ingente de clientes. ¿Pudo conseguirse que este volumen masivo de clientes se mantuviera en los mismos parámetros socioeconómicos que al inicio del desarrollo? Parece ser que no ya que, de hecho, las estrategias de los turoperadores europeos pasaban por extender su mercado hacia abajo, incorporando a las clases media-baja y baja al turismo internacional. Nos encontramos así con un destino que, quince años después de ser concebido como un destino de alto nivel de tamaño medio, se ha convertido en un destino masivo que necesita una clientela mucho menos selecta para mantener su ocupación. En estas condiciones, el impacto de la crisis de 1974 y su prolongación hasta principios de los 80 tuvo que ser muy grande, aunque los datos al respecto son bastante escasos.

 

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Pablo Rodríguez González es doctor en Sociología del Turismo y profesor en la Universidad de La Laguna

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