Concluyo aquí la serie de entradas sobre los resultados del proyecto SCITECAN (Sistema de Ciencia y Tecnología de Canarias). Recapitulando las ideas clave, hemos visto que las pequeñas empresas turísticas de las Islas son tanto o más innovadoras que sus homólogas no turísticas. Se trata, no obstante, de una innovación muy focalizada en el desarrollo de productos, que recurre poco a las sinergias locales con otros actores de la innovación (como universidades, empresas tecnológicas o de investigación de mercados) y que tiene mucho que ver con la revolución tecnológica radical que ha supuesto la comercialización turística online. De hecho, las microempresas turísticas están a la vanguardia en la implantación del comercio electrónico en las islas: el 52,8% dispone de servicios de correo electrónico (ningún otro sector alcanza el 30%) y el 69,8% dispone de página web propia (solo el ‘resto de servicios’, sin turismo ni comercio, sobrepasa el 50%).

No podemos pasar por alto que, aún siendo empresas pequeñas, estamos ante una innovación de andar por casa: sin apenas estudios externos de mercado (15,8%) ni colaboración con grupos de investigación (5,3%) y con relativamente menos incidencia en la formación del personal (67,3% frente a valores por encima de 80% en el resto de sectores). La situación se agrava si tenemos en cuenta que no es un sector que se caracterice por una elevada cualificación, sino más bien al contrario: los datos de SCITECAN muestran que los empresarios turísticos están menos cualificados y recurren menos a personal universitario que los del resto de actividades de servicios. Con estos mimbres, las innovaciones sólo pueden tener un carácter incremental y superficial y difícilmente podrán llegar a aparecer el tipo de innovaciones radicales que generan ventajas competitivas duraderas.

Un último aspecto para tratar son las opiniones y percepciones de los empresarios sobre la innovación. No es un aspecto menor, ya que cualquier mejora en el ámbito de las microempresas pasa necesariamente por la implicación del empresario y para ello hace falta una postura favorable a la innovación. En este sentido, encontramos que menos de la mitad de los empresarios está de acuerdo con la idea de que “su empresa necesita innovar” (42,4%). Esta relativamente baja receptividad a la innovación se combina con una percepción ampliamente extendida de que la innovación es un proceso costoso (71,2%), para el que se carece de financiación (64,4%) y al que la financiación pública impone trabas burocráticas (83,1%).

En contraste con este amplio consenso sobre las limitaciones de la financiación externa, las limitaciones internas de la empresa tienen menor visibilidad: menos del 40% de los empresarios turísticos opina que la falta de personal cualificado (39%) o de información (35,6%) dificultan la innovación en su empresa, mientras que un 50,8% apunta la falta de tiempo. La imagen de la innovación que arrojan estos resultados es la de un proceso costoso en términos económicos pero no tanto en términos de recursos propios (personal, conocimiento) y que depende en mayor medida del apoyo público e institucional.

Tomados en conjunto, estos resultados parecen señalar que los pequeños empresarios turísticos tienen una concepción limitada de la innovación, en la que las instituciones públicas aportan la financiación y los empresarios conciben estrategias de marketing y renuevan sus equipamientos sin afrontar apenas costes de investigación, formación o desarrollo. Esta idea de la innovación es comprensible si tenemos en cuenta las limitaciones de tamaño, financiación y cualificación de esta industria, pero es un aspecto que debe empezar a cambiar si queremos que la apuesta por la diversificación y renovación del turismo canario llegue a buen fin.

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Pablo Rodríguez González es doctor en Sociología del Turismo y profesor en la Universidad de La Laguna

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